martes, 1 de marzo de 2011

De ida y vuelta.

Ya sé, ya sé lo que me vas a decir cuando te veas aparecer por el blog…
No te preocupes. Poca gente podrá reconocernos al mirar nuestras juveniles figuras. A ti resulta difícil, a mí imposible… Como me dicen en casa: - Tú no es que hayas cambiado, es que eres otra persona…
Los años han ido devorando aquella lozanía, pero con lo que no han podido es con el cariño que nos seguimos teniendo. El mismo que me lleva a dedicarte estas líneas que, seguro, te van a llenar de añoranzas…
Quién te iba a decir que el  impermeable que te cobijaba en Trafalgar Square, aquel día, terminaría abrigando el ibérico cuerpo de tu amigo de las salinas humedades del Canal de la Mancha.
Desde que te lo vi en Huelva, 1979, me gustó. Era tan diferente a los rústicos cubreaguas a la venta en la España de entonces. Y, encima, azul… Mi color preferido… Pude coquetear con él las muchas veces que me lo prestaste, hasta que, un día, me atreví a decirte –véndemelo… Aún no había terminado de cerrar la boca, cuando tú, halagado, respondiste –es tuyo… Como quiera que los niños pobres de entonces recelábamos siempre de las cosas fáciles, lleno de dignidad, insistí en que te lo compraba. Así que, con la excusa de San José, mi onomástica, accediste a firmar un contrato mediante el que me lo cedías al precio simbólico de una peseta. ¿Recuerdas las divagaciones, llenas de pájaros, que mantuvimos para acordar las condiciones y compromisos? Terminamos dándole forma en letra de molde y firmándolo con toda solemnidad. ¡Qué tiempos…!
Al final, después de haber hecho uso de él muchos años, se lo presté a mi Enrique para llevárselo en su segundo viaje a Inglaterra. Allí me lo dejó. Parece como si la prenda hubiera apetecido y buscado un final más acorde con su mojada dignidad. Allí cerró su círculo vital y se perdió de mi control, nunca de mis emociones…
Acabó volviendo al lugar del que había salido y desapareció, en cambio tú sigues estando ahí y yo aquí para dar gracias cada día por haberte conocido…

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