martes, 22 de marzo de 2011

DESVERGÜENZA

Este miércoles pasado tuve que acudir al Ayuntamiento a presentar documentos. Llegué a media mañana y el sol radiante de la primavera temprana hacía propiciar buenos augurios. El vestíbulo estaba muy concurrido. Saludé al entrar con la efusión y la camaradería al uso entre paisanos. Me dirigí al encargado del registro y solicité un modelo de instancia.
Pero, mira tú por dónde, no llevaba más de tres renglones escritos cuando los buenos presagios iniciales empezaron a venirse abajo. Las tres o cuatro señoras a mi espalda comenzaron a escupir…
-        -   Hay que ver el maestro…
-         -  La tiene tomá con mi niño…
-         -  Ahora que yo no me he cortao…
-         - He ido y lo he puesto en su sitio. Qué se va a creer…
-         - Valiente partía de…
En este punto desconecté y me centré en la exposición de la instancia. A estas alturas uno ya ha aprendido a resguardarse de los malos alientos de algunas bocas. Estériles para todo excepto para reforzar la opinión que uno tiene de semejante tipo de personas. Al fin y al cabo, no es la primera vez que vivo experiencia tal. Pero no me acostumbro. En lo personal no mueven ni una hoja de mi árbol. No obstante, cada vez las sobrellevo peor, en la certidumbre del inmenso daño que infringen a sus hijos. Luego, en la calle, te encuentras lo que te encuentras…
Ni que decir tiene que a mí me educaron y yo educo en las antípodas de estas damas… En el compromiso y la exigencia de responsabilidades…
Puestos a buscar causas a semejante proceder, se me figuraron “resentimiento”, “insolencia”, “inquina”; para, al final, caer en la muy precisa “IGNORANCIA…”
En cualquier otro país esa ignorancia sólo formaría parte de una desgraciada estadística que mejorar. Aquí, debidamente instrumentalizada, supuso en su día la depuración y el asesinato de miles de sus mejores maestros.
Así que, con un escalofrío en el cuerpo, completé mi instancia, mostré mi gratitud al encargado y salí...

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