martes, 12 de abril de 2011

AMAPOLAS


Quién no lo ha conocido no puede echarlo de menos. Le falta el referente. Pero yo sí. Por eso este domingo radiante me aupé a la moto y salí en su búsqueda, dejando el pueblo atrás con sonidos de gaitas. 
Encontré mi campo de amapolas unos tres kilómetros al norte de Lavapiés, en término de Niebla.  Su trabajo me costó, pero allí estaba, esperándome.  No pude imaginar templo mejor vestido  que  el allí conformado, bajo el zahiriente azul de un cielo vuelto luz. Así que la alabanza brotó en mí rauda y rendida, como correspondía a día santo.
Villarrasa antes era así: olivares de rojo en este tiempo, espinacas, cada lindazo y vallado un parque… Espinos blancos, vida por doquier, lindes llenas de biznagas, cardos y nidos…
Un chaval que se aventure hoy por nuestras veredas y caminos no podrá siquiera imaginar cómo de bello era nuestro campo. Veneno y máquinas han hecho bien su trabajo. Dónde podría encontrarse el término medio que permitiera salvar la diversidad de la vida. No sólo echo de menos multitud de plantas perdidas, este año apenas he observado jilgueros en el desierto monocromo de nuestra campiña.
Como sigamos así, nos vamos a quedar tan solos…

1 comentario:

  1. ¡Qué triste y solos se quedan los muertos!

    ¿Vuelve el polvo al polvo?
    ¿Vuela el alma al cielo?
    ¿Todo es vil materia,
    podredumbre y cieno?
    ¡No sé; pero hay algo
    que explicar no puedo,
    que al par nos infunde
    repugnancia y duelo,
    al dejar tan tristes,
    tan solos los muertos!

    Gustavo Adolfo Bécquer

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