domingo, 3 de abril de 2011

EL NIÑO YUNTERO.

   Lo de iniciar mi viaje a Portugal recordando a Miguel Hernández es, más que un arrebato poético, el intento por saldar con él una deuda de gratitud…
   Que me gusta la poesía es evidente nada más ojear este blog, lo de la gratitud va a ser entendido con facilidad…
   Corrían los años finales de los setenta y fue por aquel entonces cuando, a la vez que decidía estudios a seguir, comencé a implicarme en los asuntos de la Cruz de Arriba.
Una buena tarde de sábado salí a pedir con el bueno de Tadeo –Dios haya en Gloria. A su lado resultaba fácil que aquello que se pretendía tarea recaudatoria terminara convertido en un ejercicio de relaciones públicas, amistad y buena vecindad… Pues bien, aprovechando esa camaradería, una señora, ya atada por sus años al sillón de la mesa camilla, me llamó con gesto de la mano a su lado e inquirió:
-          Ay, ay… Hijo… ¡Qué Lindo…! Esta juventud de Arriba… ¿Me han dicho que te vas a ir a estudiar, verdad…?
   Yo asentí.
-          Pero ¿será un oficio, verdad…? Porque una carrerita………….. Tu padre, desde chico, trabajando en mi casa… Primero con las mulas, luego segando… ¿Será un oficio, verdad…?
   Su soberbia y desprecio, a estas alturas, me habían imposibilitado articular palabra alguna más allá de un “gracias por la limosna”, a punto de lágrimas.
   Muchos años la maldije para terminar, al final, comprendiéndola y perdonándola. Al fin y al cabo no era más que un producto de su tiempo y su casta. Un tiempo, mucho tiempo, en el que a los hijos de los siervos se nos negó beneficio alguno diferente al pan y la sal. En realidad no era una mala mujer y, supongo, la tierra habrá sido generosa con ella, como con todo el mundo…
   Algún tiempo después, uno de esos “paperback” negros, que aún sigue publicando Cátedra, me devolvió toda la dignidad que le faltaba a las palabras de aquella señora. Allí me encontré con la voz de Miguel, con su niño yuntero; y, de repente, todo cuadró.
   En efecto, mi padre había empezado a trazar los surcos derechos de su pan, a tirar de sus mulas y a destripar los terrones de su tierra en alpargatas a la edad de nueve años. A él debo poder estar escribiendo hoy estas palabras que muestran, no más, el inmenso amor que le sigo teniendo…


EL NIÑO YUNTERO

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.








1 comentario:

  1. Muy bonito, Joaquín, todos/as los que hemos tenido padre jornalero sabemos de qué estás hablando.

    Llegó con tres heridas:
    la del amor,
    la de la muerte,
    la de la vida.

    Con tres heridas viene:
    la de la vida,
    la del amor,
    la de la muerte.

    Con tres heridas yo:
    la de la vida,
    la de la muerte,
    la del amor.

    Miguel Hernández

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