sábado, 30 de abril de 2011

PESSOA

Qué a propósito esta tarde para la reflexión, dejando a la lluvia acompasar la cadencia del pensamiento. Me rondan vivencias, rostros, modos observados en las últimas horas. Las ideas fluyen sin cesar tratando de acomodar mi mundo al tenor de lo vivido. Me gustaría compartirlas, encontrar almas afines. Me echa para atrás, no obstante, la convicción de su inutilidad. Al fin y al cabo, el humano ego busca más en la lectura aseverar sus presunciones que caminos de conversión.
A mediados de los ochenta cayó en mis manos el “Libro del desasosiego” de Fernando Pessoa. Me desalentaba en grado sumo. No podía entender la desilusión y el abdicar de la vida de Bernardo Soares, su protagonista. Qué poco coincidía su ideario con el que me propiciaba mi efervescente vida de aquel decenio. Hoy no puedo estar más de acuerdo con él. Ya aprendí que  “reconocer la realidad como una forma de ilusión, y la ilusión como una forma de realidad, es igualmente necesario e igualmente inútil…”, que a cada cual le vale su propia ilusión para ir tirando, con tal de que se la crea. Caí en la cuenta de lo insufrible que tengo que haber resultado para tantos con mis pontificados y, en consecuencia, lo mejor que puedo hacer es, como él, reconocer que “así como lo sepamos o no, todos tenemos una metafísica, así también, ya lo queramos o no, todos tenemos una moral. Tengo una moral muy simple – no hacer a nadie ni mal ni bien. No hacer mal a nadie, porque no sólo reconozco en los demás el mismo derecho que juzgo me cabe de que no me molesten, sino que entiendo que bastan los males naturales como mal que debe haber en el mundo. Vivimos todos en este mundo, a bordo de un barco que ha zarpado de un puerto que desconocemos hacia un puerto que ignoramos; debemos tener los unos para con los otros una amabilidad de viajeros. No hacer el bien, porque no sé qué es el bien, ni si lo hago cuando creo que lo hago. ¿Acaso sé yo los males que desencadeno cuando doy limosna? ¿Acaso sé yo los males que provoco si educo o instruyo? En la duda me abstengo”.
Mejor, pues, callar, poner sordina a la vida y verla pasar en paz desde el iluminado sosiego crepuscular de mi escritorio villarrasero, tan bello, al menos, como los colores del Chiado lisboeta aquella mañana en que me bebí en “A Brasileira” una taza de luz junto a don Fernando.

1 comentario:

  1. Lo malo es que sea la vida la que nos vea pasar a nosotros.

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