lunes, 27 de junio de 2011

CORPUS

               Frontal de altar. Anónimo mexicano. 1675.       Foto.  www.aureliojimenez.com

Tenía la mañana del Corpus un no sé qué especial que la hacía singular. No ya sólo el brillo propio de estos días, los más largos del año en el hemisferio, sino un todo múltiple y sensual.
Comenzaba la jornada, olor a puerta regada, buscando la sombra de la otra acera de la Calle Larga. No acababas de encontrarla cuando te dabas de bruces con el altar de Rosarito “la Juanito Mora” y su Virgencita siempre Milagrosa en intemporal capilla de madera gótica. Reservaba, calor de estiércol de orujo, sus “pilistras”, de un imposible verde, a la doble sombra del Norte y el parral sólo para este día. Así era imposible copiárselas.
Siempre recta, y aún adormilado, la calle iba conduciendo tus ojos, nunca tus pies, por las alfombrillas de geranios y rosas, ribeteadas de esparraguera fina, que ya esperaban en el centro de la amplia carrera. No faltaba la frase admonitoria de alguna mujer, todavía sin arreglar y en faena, desde la umbría de un primer portal abierto: - “niño, cuidaito… que sólo la puede pisar el Santísimo…” Tal vez sería por esto que yo, por entonces, me figuraba un ideal Santísimo con pies…
Si a estas alturas no te habías despertado, los resplandores de la mexicana plata del frontal de Ntra. Sra. terminaban de quitarte las legañas con sus destellos antiguos, nada más girar a la izquierda por la alcantarilla; eso sí, bajo la rosada y redonda sonrisa de nuestra Virgen que ya esperaba en su puerta, al sol, sumergida en un océano de fresca humedad, juncia y mestranto.
Allí nos encontrábamos los niños, antes de marchar para la iglesia, a donde ya llegábamos con los dedos verdes de fabricar látigos con la nombrada planta de los arenales y arroyos del sur de nuestra campiña, la misma que varoniles y generosas manos segaban y acarreaban, con honor y respeto, los días previos.
Con mi habilidad para las manualidades y mis brazos larguiruchos y delgados, los míos resultaban siempre, o a mí me lo parecía, los mejor trenzados y los que mejores restallos, secos y sordos, producían.
Luego, ya el astro en lo alto, llegaba la procesión y su locura. Los niños, sudor y camisas fuera, nos matábamos por hacernos con un banzo de nuestro arcángel. Las niñas, con su Virgen Niña, siempre arregladitas y peripuestas.
Una gloria descendida, San Isidro en florido arco, y sus incansables bueyes con angelito, los brillos de alguna Cruz y el metal de alguna esquila.
Los balcones, cataratas de azul, oro viejo, verde,  granate o bermellón.
Colchas de seda escintilando en lo alto, de orientales caballos, elaborados flecos y pagodas en las familias pudientes. Apagadas, de algodón , sólo rosas y pájaros,  en las encaladas fachadas bajas de las  humildes.
Mi preferida era la de Amparito, la de la Calle Real, blanco sobre blanco, prendida de cintas albas en sus dos enormes clavos antiguos de engrosada cal, uno a cada lado del liso dintel de la puerta.
Su diminuta dignidad rugosa, enjabelgada de luz y con cortina henchida al viento por la marea que le entraba del corral, se me figuraba velero en singladura hacia mares de particular pureza. Se sumaba en mi imaginario la inclinación de la vieja pared de tierra al gesto de cabeza, apenas intuido, de la mujer de hinojos tras la tela. Todo confluía en hermosura para saludar el paso de Jesús Sacramentado, siempre envuelto en la adoración del canto de nuestras cantoras –venid adoradores… Prodigiosas gargantas, (las de Gerardo, las Mora…) que, si por un acaso, -Cristo en todas las almas…-, Jesús no se había acordado de descender para entonces, ellas te lo bajaban –Amor de Amores…
La procesión de hoy no me gusta.
El sol va de caída y me infunde tristeza más que gloria.
El cortejo me lo han reducido, "ay infelice",  más que a otra cosa, a Patio de Monipodio…
Pocos saben cantar…
Puede que, ante los admirados ojos de los niños de ahora, resulte tan exultante como a mí me parecía aquella –los niños siempre tienen un mirar distinto. Puede, será lo más seguro, que se hayan deteriorado los quilates de mi espíritu… Con la edad no se mejora… Puede que no me encuentre un corazón lo bastante limpio para ponerme ante Dios. La Santa que se me fue al Cielo me dejó tan metido que ésta era la única condición indispensable…
Lo cierto es que, por una cosa o por otra, por todas, o por ninguna, desde hace algunos años he dejado de asistir a mi procesión del Corpus.
Hoy, apenas he presentido la metalería de la banda, Juan Ramón dixit, las piernas me han llevado, como por resorte, junto al color de mis gitanillas del patio donde mis labios han empezado, sin ordenárselo, a musitar al Cielo – Alabado sea Jesús Sacramentado- la estación sacramental, elevada en adoración de Aquel que me sobrepasa y en sencillo homenaje a Aquella que me la enseñó a rezar…

2 comentarios:

  1. Como sempre muito bonito, ainda que algumas palavras espanholas algo dificiles para teu amigo portugues.

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  2. No te preocupes... Me admira que hayas conseguido comprender algo. Cuando lo escribía me estaba "lembrando" de ti. Sabía que te iba a resultar duro. Está escrito usando muchos localismos y hablando de personas y hechos que son extraños a todo el que no sea del pueblo. Abrazos...

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