sábado, 2 de julio de 2011

AH… EL CINE…

Qué tendría que decir, cuántos kilos de palabras emplear, a fuer de ser injusto, para describir un arte que me ha proporcionado tantísimas horas de entretenimiento, pasión y embeleso… Qué bien comprendo la emoción y las lágrimas del protagonista en la escena final de Cinema Paradiso.

No voy a escribir más. No sé cuánto espacio precisaría para, a pesar de ello, nunca terminar de contar…
Baste, como tributo de gratitud, un pequeño homenaje a mi actor favorito de todos los tiempos, el inconmensurable Charles Laughton. No se puede poner más fuerza interpretativa que la que él consigue con su viejo abogado defensor, cascarrabias e íntegro, en la película  Testigo de cargo (Billy Wilder, 1957). El gesto de dignidad recuperada al recibir de manos de su asistenta su peluca judicial supone para mí el epítome del cine… Tenía que ser de Billy Wilder…   

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