sábado, 8 de enero de 2011

Ganar batallas…

Hoy hemos estado en Sevilla para, aprovechando las rebajas, hacernos con algo de ropa de cama que necesitábamos para la casa.

He llegado cansado, ya se sabe un día en la capital y de tiendas…  No tenía, por tanto, intención de echar mano al teclado y ponerme a escribir.
Me va a obligar el dichoso niño de la Magdalena… Al Corte Inglés de la Plaza de la Magdalena me refiero.
Fue en la caja. Estábamos a punto de pagar y allí estaba aquella madre con niño incorporado… Y digo incorporado porque es demasiado tener que aceptar que una pieza así te venga de serie…
Le estaba montando a la señora un pollo de antología, a los acordes de la consabida llorera caprichosa.
-         - Que me cojas, que me cojas…
-          -Ahora, mi vida, en cuantito le pague a esta señora…
Más berreaba el interfecto.
           -Mira a papá que está viendo allí unas cositas… (A estas alturas el padre ya se había perdido entre los stands).
-         - Que me cojas… (Ahora eran alaridos).
Cuando hubo conseguido lo que quería, comenzó a jipar en brazos:
-         - Agua…
-         - Ay, cariño, la tiene papá en el cochecito…
-          -Aguaaaaa…
-          -Señora, ¿le importaría guardarme la vez en la cola…? (Y se perdió con aquel monstruo tronante en brazos en busca del padre.)
Tras el agua quería con papá de nuevo y, luego, los adornos de un moisés  cercano…
Todo lo fue consiguiendo en su más que calculada estrategia infantil.
Como educador, a estas alturas, ya habréis podido adivinar, la rabia y la impotencia me recomían por dentro… Sabía tan bien lo que se debía hacer ante tamaño desafío… Pero no debía intervenir… Urbanidad mandaba…
Recordaba a mi madre en circunstancias similares o lo que nosotros mismos hicimos, de pequeño, con nuestro Enrique…
-          -¿Vas a llorar sin tener por qué…? Pues, toma, para que sepas por lo que lloras… (Todo el mundo habrá adivinado lo que venía a continuación…)
Hoy en día que tanto se habla del maltrato infantil yo, como educador con treinta años de experiencia, afirmo que un tortazo en similar circunstancia es absoluta y demoledoramente didáctico… Eso, junto con que el niño jamás consiga lo que pretende de esa manera…
A estas edades los niños deben aprender a administrar el “no” como respuesta y a reconocer en sus padres el referente de autoridad.
Son muy listos. Continuamente los pondrán a prueba y, conforme ganen o pierdan estas batallas, irán conformando su personalidad de una manera o de otra.
De los padres depende. Educar exige un gran esfuerzo y no escatimar nunca vigilancia ni tiempo en la tarea. El educador lo es las veinticuatro horas del día o no lo es… Son pocas las ganas que en el mundo actual hay de hacerlo, habida cuenta de las muchas distracciones que nos ofrece y del poco tiempo del que se dispone.
Mi experiencia, sin embargo, me dice que todo debería pasar a un segundo plano ante la capital y apasionante tarea de educar. Nos jugamos mucho en el envite.
Me imagino al niño de la tienda en sus centros de estudio en los años venideros. Un escalofrío me recorre el cuerpo y es que a esta clase de niños, luego, no hay por donde cogerlos…

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