domingo, 2 de enero de 2011

JUAN RAMÓN

Haber nacido, como él, un 23 de diciembre, lo considero una feliz coincidencia. Haber descubierto su obra y su persona un maravilloso acontecimiento.
La gestación de ese conocimiento fue gradual. Nunca estaré lo bastante agradecido a mi maestro, don Antonio, por aquellas sesiones de dictado diario (qué falta haría volver a recuperarlas) en que tiraba de un librillo verde de pastas desgastadas al que se le caían las uvas agraces y las florecillas celestes y gualdas. Cada día medio capítulo y, cuando se terminaban, vuelta a empezar… Y así ocho años, incluidas las permanencias de verano, que nos pagaba la cooperativa del vino de su fondo social... No sé cuantas veces llegaría a copiar Platero y yo. Lo que sí sé es el paladar y el regusto que aquellas formas producían en mi admirado intelecto de niño. Aún hoy observo, asombrado, matices juanramonianos que se han quedado para siempre, perdón por el sacrilegio, en mi forma de decir y escribir.
Pero no sería hasta 1976 cuando se produciría el deslumbramiento definitivo. Hubo tres motivos que lo propiciaron: la soledad de mi internado en la Torreumbría de La Rábida; el atravesar cada semana los campos de Moguer y redescubrir los vallados que me había dictado don Antonio; y las dos limpiadoras de la residencia, ambas moguereñas, que me hablaban, en especial Rocío quien debía rondar los 70 y había conocido al poeta, de aquel hombre que, a decir de ellas –“estaba loco perdío…”
La soledad me llevó a buscar, de alguna manera y por donde fuera, el olor y las imágenes de mi madre y mi pueblo queridos que había dejado atrás. Los encontré en Platero y yo. Con él subía vega del Tinto arriba, embriagado de rojo y azogue, dejando atrás San Juan y Niebla, hasta tocar mi pueblo con los dedos de la nostalgia o me perdía por los pinares que ardían en verano, o me iba de procesión con la chiquillería en medio de la metalería de la banda o, si quería, me ponía a mirar por encima de las tapias de los corrales, que todo estaba allí…
Platero se convirtió entonces en el único libro permanente de cabecera que he tenido. Tan metido he estado siempre en él que, una noche de viernes de mayo de 1977 en que volvía al pueblo en autostop con Pedro Berrocal y la noche se nos echó encima en Moguer, me pareció estar viviendo un capítulo nuevo suyo, mientras estallaban los cohetes de la Virgen del Rocío en la negrura del cielo moguereño, rutilante de estrellas.
Lo dicho, la soledad me llevó al consuelo del libro, los vallados revividos a la curiosidad por una obra entonces sólo conocida en lo somero y María y Rocío al interés por ahondar en un personaje que se me antojaba fascinante.
Ni la obra ni el personaje me defraudarían. Todo lo contrario…
En 2007, coincidiendo con mi llegada al IES “Alfonso Romero Barcojo” de Niebla y con la conmemoración del quincuagésimo aniversario de su muerte, celebramos un recital de sus poemas en la Iglesia de Santa María de la Granada, protagonizado por la cantante valverdeña Chili que los había musicalizado y grabado ese mismo año. Dejo aquí una creación visual realizada por estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla que tiene como base la interpretación de Chili del primero de los Sonetos Espirituales. Lo más emocionante es que se escucha la voz del propio Juan Ramón en uno de los escasos recitados suyos que se conservan.




Al soneto con mi alma

Como en el ala el infinito vuelo,
como en la flor está la esencia errante,
lo mismo que en la llama el caminante
fulgor, y en el azul el solo cielo;
como en la melodía está el consuelo,
y el frescor en el chorro, penetrante,
y la riqueza noble en el diamante,
así en mi carne está el total anhelo.
En ti, soneto, forma esta ansia pura
copia, como en un agua remansada,
todas sus inmortales maravillas.
La claridad sin fin de su hermosura
es, cual cielo de fuente, ilimitada
en la limitación de tus orillas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario